KOTTE
Un buen recorrido,
conseguimos llegar a una enorme y preciosa bahía, no tenemos carta. Muy verde, el
agua muy oscura, no parece Grecia. Bajamos al dingui para medir la profundidad a
la antigua usanza. Un cabo con plomo. Viene el viento, fuerte y nos interrumpe,
nubes negras, salimos de allí. Probamos otras dos hasta que llegamos a nuestro paraíso
particular. De noche, con la ayuda del tabernero, un cabo y el ancla. Luna
llena, taberna, solos. Magnífico día, un paseo, baños a 29º y las mejores
cigalas. La taberna es una antigua casa de piedra, un molino de aceite. Por la
tarde vienen las ovejas, pero la abuela las echa a pedradas. Hace calor, mas
baño. El abuelo cuida con esmero de su barca roja, se pasa horas sentado en
ella, va y vuelve al pueblo.
El pueblo lo forman una
pocas casas, una taberna presume de enormes macetas de albahaca. Intento coger
una ramita de la que está mas cerca de mí, de cualquier sitio, pero la mirada
de su dueña me hace retroceder. Se acerca y metiendo la mano dentro del
arbolito, corta una ramita de tres hojas de su interior, y me la ofrece, como
un tesoro.
Es el último paraíso
compartido, maravilla, vacaciones, amor.
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