Largo día en el mar,
casi todo el camino a vela. Al timón, mirando el mar, y hasta una pequeña
siesta.
La isla aparece nítida
muy tarde. Emporio, una pequeña entrada escondida entre dos rocas. Verde, entre
montañas. La bahía es tan pequeña que nos quedamos a la entrada. Hay que echar
el ancla y amarrar un cabo a las rocas.
Toda una aventura. Vamos los dos en el dingui y el cabo queda fijo a la
roca, pero no llega al barco, se queda corto. La colchoneta que señala el
final, sigue lejos, hay que recoger y echar de nuevo el ancla. El agua está
caliente, hasta ahora 21º y aquí señala 26º. Me ofrezco a rescatar el cabo
nadando, agarro el cabo que, mojado, pesa mucho. Tenemos vecinos, una pareja
con un perro y bandera italiana. Me rescata él, un señor amable que se acerca
con su lancha y tira de mi. Me mantengo a flote nadando, con una mano agarrada
a la lancha y la otra al cabo, arrastrada por el italiano que además me da
conversación. Parece que me voy a partir en dos ¡Lo conseguimos!
La entrada esta rodeada
de rocas con cuevas y escondites que exploramos con ojos de asombro. Es un
lugar con encanto, pueblo pequeñito
con cuatro tabernas, un bazar y una “todo hippy tienda”. Hacemos una pequeña
compra. Tenemos desayuno.
Una familia de patos nada en la orilla. Reconforta
la cena después de un día tan largo. Un pez, entre caballa y sardina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario