El mar quieto vestido de
plata rosa. Un pueblo rodea una
enorme iglesia de dos torres y cúpula azul. En la entrada del puerto en un
antiguo muro, ensuciando la defensa gorda contra la enorme rueda negra de camión
que nos separa del cemento, nos recibe la autoridad. Es una chica muy joven, de
uniforme, parece no sentir el calor y no se molesta en ayudarnos en el atraque.
Un pescador sentado en su barco, amarrado al lado nuestro, se levanta y agarra
el cabo que le ofrezco.
Sin prisa. Los papeles
hay que presentarlos en la oficina cercana, arriba, allí, señala la autoridad a
un edificio amarillo y viejo. Y el calor, tremendo sin pizca de aire. El
pescador amigo, recibe una cerveza fría y sonríe, aunque es jóven, con un diente.
En la oficina que comparten autoridades diversas nos abre saludando amable un
policía, nos hace pasar y muestra la puerta del fondo. A su lado dos compañeros
juegan animadamente una partida de backgammon y un tercero observa.
Papeles y paseo. En la
pequeña plaza entre árboles y tabernas,
un grupo de personas se afanan en montar un escenario, con sus sillas
para la audiencia y a ambos lados mesas con libros y talleres de pintura para
los pequeños. Son los comunistas, más tarde comenzará un largo miting con
diferentes intervenciones, proyección de documentales, música, ”¡Grandola vila
morena!”, que se demora hasta la madrugada.
El pueblo está limpio,
cuidado. Gatos, hay gatos por todas partes. Nos despiertan las campanas, a las
7. Soltamos amarras.
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