miércoles, 17 de julio de 2013

LEROS,37º7 N- 026º51 E





ORMOS LAKKI, LEROS


El primer día la impresión fue vaga, era de noche  y  la ilusión de la llegada superaba cualquier cosa.

Una bahía casi cerrada en forma de O, con una abertura por donde entraban todo tipo de barcos, grandes y pequeños, como el enorme ferry que me llevó allí.

Una pequeña porción al norte de la O, estaba ocupada por el pueblo: cuatro calles largas, paralelas al mar y a la avenida que corría pegada a la costa. La parte pegada al muele de los ferrys, ocupada por veleros, situados con sus popas a la calle, en una pequeña marina. El resto de la calle,  salpicada de bares y restaurantes separados por la carretera de la mesas y sillas  bajo las sombrillas que al lado del mar,  abarrotan la acera del paseo marítimo, la mayoría vacías, impidiendo  el paso de los inexistentes paseantes. A cualquier hora del día algunas personas ocupando las mesas, con un vaso de granizado de café. Familias enteras,  unos amigos, parejas,… servidos por camareros que se juegan la vida para llevarles sus comandas cruzando la carretera por la que circulaban camiones,  coches y motos, sobre todo motos. La bahía frente al pueblo acoge a los barcos fondeados, no muchos, solo con mal tiempo se llena, ya que es buena zona de abrigo. Desde allí Moana vigila.

Dos cosas son difíciles de olvidar: Una, el ruido. Un ruido permanente, insistente, que a partir de la caída de la tarde y hasta bien entrada la madrugada no cesa. El ruido de los motores de las motos. Durante el día es el transporte mas común, y durante la noche se convierte en la principal diversión de los jóvenes.  La otra, la agresividad de los mosquitos, de patas cortas y cuerpo robusto, capaces de colarse a través de redes y rendijas y llegar a la mañana con un saldo de 14 picaduras entre los dos brazos, a pesar de llevar loción y de que a las 6 de la mañana  ya tumbada fuera y con la claridad del día esperé el amanecer.

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